Es recurrente escuchar a miembros de distintas comunidades educativas quejarse de la falta de espacio para poder desarrollar todas las actividades que les gustaría. Incluso con frecuencia se achaca a esta misma carencia espacial la dificultad para implantar nuevos métodos de aprendizaje que, aparentemente, requieren más espacio.

Es cierto que la configuración actual de la mayoría de las escuelas de nuestro entorno no reúnen muchas de las condiciones necesarias para poder desarrollar actualmente un aprendizaje significativo. La organización de los espacios responde a un modelo pedagógico propio del siglo XIX, que se basa en el control de las personas y la división del conocimiento, un modelo que el arquitecto Prakash Nair certeramente llama “de celdas y timbres”.
Sin embargo, cuando acometemos el proceso de transformación de un centro educativo y tenemos la oportunidad de realizar un proceso de análisis con la participación de toda la comunidad educativa, tanto desde una perspectiva cuantitativa como desde la perspectiva del aprendizaje centrado en las personas, descubrimos que son otras las cuestiones espaciales que están condicionando el desarrollo del aprendizaje, es más, constatamos que el problema no es casi nunca la falta de espacio.
Condicionadas por múltiples factores, cada persona y, por tanto, cada comunidad percibe de manera diferente su entorno, lo que no es óbice para que existan problemas comunes a muchas escuelas. Uno de los más frecuentes deriva de una práctica originaria de la arquitectura, la zonificación, es decir la asignación de un uso a cada espacio y la adecuación de ese espacio para ese uso concreto. La evolución de la educación ha modificado los usos en la escuela y muchos espacios han quedado obsoletos o llenos de unos muebles que estorban a las necesidades actuales.
Así, encontramos laboratorios, talleres, gimnasios, comedores, salas de visita, salones de actos, salas de reunión, y un sinfín de espacios que están gran parte de la jornada escolar vacíos y esperando que llegue el momento de su uso. Es fácil imaginar que un comedor con sus mesas generosas es un lugar estupendo para desarrollar una sesión de trabajo colaborativo y si le añadimos una máquina de buen café nos servirá para recibir allí las visitas de las familias. Los talleres deberían estar repartidos a modo de rincones por todo el edificio para permitir el desarrollo de proyectos. Los gimnasios parecen destinados a un uso exclusivo desde el área de educación física cuando son ideales para repartirnos por todo el espacio y leer tumbados cómodamente. En fin, combinar y mezclar, quizás empezar por quitar el cartel de cada puerta donde indica lo que se puede hacer dentro de ese espacio sería una buena medida o poner una pizarrita, como en los bares, para poder ir apuntando y cambiando el menú de ese espacio.
El otro error frecuente es no contar con toda la comunidad a la hora de acometer la mejora y distribución de los espacios, perdiendo así un enorme potencial intelectual. Durante la conversación con Nabila, que trabajaba limpiando un centro que estábamos analizando para acometer su inminente reforma, llegamos a la conclusión de que ella conocía mejor que nadie aquellos lugares que no se utilizaban porque coincidían con los que acumulaban más polvo durante la semana. Así que recorriendo el edificio con Nabila me fue indicando los rincones, pasillos e incluso dependencias enteras en los que nadie entraba casi nunca. El cepillo de Nabila fue la máquina que nos permitió encontrar los metros perdidos.
Vale la pena buscar esos metros antes que ocultar el sol construyendo más.
Ricardo García
Consultor Senior
EIM Consultores